martes, abril 08, 2008

MARHIHA
Al borde de la media noche
y de pronto, sin previo aviso,
Completamente viernes.

En la casa curva de un sol,
todos aquellos poemas parecían posibles.
Yo llegué con un cocodrilo
bajo el brazo y una botella de ron,
tu llegaste con tus botas negras
y el nombre acuático de la madre de un dios,
aunque tus pupilas asiáticas entre
rasgos caucásicos bien podrían
haber engendrado a más de dos,
al Olimpo entero soñaría yo!

Vestías vaqueros tejidos con
corrientes submarinas, y un gabán
con caperuza oscura
y un bolso negro con una llamada
pendiente, pero yo sólo veía versos,
traías versos por doquier, versos tímidos,
versos claros, limpios, ingenuos,
despistados, versos imposibles, versos que
sin duda, comprendían el Uni-Verso.

No eran terremotos de versos,
ni vendavales, ni aludes,
no había versos a los que socorrer,
eran, por fin!, versos!.
Eran simplemente versos,
no había versos rebeldes
ni versos con-versos, eran
versos en mayúscula, versos
con voluntad de verso,
versos crepusculares, vangurdistas,
decimonónicos o anodinos,
pero todos eran versos, todos
versos felices de ser verso…
Traías una infinita y serena
marea de versos termohalinos y
de entre todos, sólo pude
rescatar esta versografía panorámica
columpiándome de mi retina
a los arrecifes de versos sembrados
en tu cadera de piel oceánica.

Y si los versos aparecen velados
es debido a aquellos corales eritreos
que de pronto amanecían
centelleando en tus mejillas.

Mientras yo te escuchaba
y te versografiaba,
me paseabas por nuestras ciudades vividas,
recuerdo Sydney Kyoto Lisboa y Berlín
a lomos de una sola frase,
y recuerdo el barrio rojo,
y Colorado hasta en tus mejillas,
y por fin una tienda de campaña
flotando entre la nicotina.

Como un niño, yo alimentaba
el viaje de aquella conversación
de rumbos tan vertiginosos. Creo
que fue entre Canarias y San Diego
que tu sonrisa hádica y delicuescente
empezó a absorber generosa
la pátina de mi pasado
aireando mi verbo más adolescente.

Embebiste mi conciencia
como un terrón de azúcar
en un mar incandescente,
en un sofá soleado y sin velas
navegábamos entre música de
conversaciones intrascendentes
que sin embargo me llevaban
a orillas de una isla llamada Presente.
Índigo, tu acento conjuraba
una brisa redentora
que henchía mi esperanza, y
yo respiraba aquel oxígeno
alado que como tú, nacía de tierras
de labranza, y cuando tu voz
ya tenía el intenso sabor de las
medias naranjas,
te fuiste sin despedidas,
y como no soy amante de las pesquisas,
me conformé con tu nombre
haciéndome cosquillas,
aquel nombre sacrosanto
que en los labios
de tu idioma, anuncia el Mar:
María, María, Marhiha, Mar hi ha…
Y repetí tu nombre hasta descifrar
la sal-modia de aquel oleaje,
y cuando decidí hacer
de tu nombre un himno al mar,

comprendí que no era Viernes,
era un casi-Viernes mudándose
a Sábado, y comprendí que no estabas tú,
y me sentí Completamente sólo,
sin océanos en el bolsillo,
y me senté incompletamente sólo,
y me quedé navegando en un
sofá nublado con velas de imaginación,
resignándome a no perseguirte,
buceando en la espuma de versos
que dejó la fuga de tus gestos
al doblar los piélagos del Uni-verso
El Versógrafo

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